Risueña y multicolor pesadilla donde se proyecta la creatividad del artesano oaxaqueño, los alebrijes ganan terreno, al igual que la gastronomía, como un baluarte de los colores y el folclor mexicano más allá de nuestras fronteras.
Se trata de un tipo de artesanías que representan, a través de la técnica de la cartonería, seres de una naturaleza fantástica donde se plasman rasgos de diversos animales fantásticos y reales, a la manera de los grifos y otros seres de la imaginación: cuerpos de león con pies de gallo y alas de murciélago, o cuerpos de sirena con cabeza de demonio. Su deslumbrante colorido parece palpitar en formas caprichosas.
Aunque se nutre de las culturas mesoamericanas y tiene sus antecedentes ancestrales en la rica iconografía prehispánica, los alebrijes son una tradición que apenas lleva unas décadas de historia.
Todo comenzó en el taller de construcción de cartonería de don Pedro Linares López, en el mercado de La Merced, en 1936. Don Pedro y su familia se dedicaban a la confección de piñatas, para las fiestas infantiles y las posadas, y judas, para su quema en Semana Santa.
Cuando Pedro tenía aproximadamente treinta años, enfermó gravemente y en sus delirios comenzó a soñar habitualmente con seres de constitución muy extraña: “un burro con alas, un gallo con cuernos de toro, un león con cabeza de perro”. En una de sus ensoñaciones, esas insólitas criaturas comenzaron a vociferar: “alebrijes, alebrijes”, decían.
Entonces, despertó de ese onírico estupor y se encontró con una escena inusitada: se encontraba tendido en un féretro, entre cuatro sirios, en su propio funeral. Ante la mirada atónita de los presentes, Pedro recordó con claridad su sueño, y una vez recuperado de su mal, alentó a su familia para que lo ayudaran a darle forma a aquellos engendros de su imaginación.
Los alebrijes, que así se habían bautizado a sí mismos, tuvieron un éxito fulminante como artesanías, muy pronto le fueron solicitados por artistas plásticos de gran importancia, como Diego Rivera y Frida Kahlo. Más temprano que tarde, don pedro comenzó a tener tal éxito que fue invitado a recorrer varias galerías de Estados Unidos para exhibir sus creaciones.
Esa es la versión más popular de la historia: otra versión es don Pedro Linares fue contratado por el pintor José Antonio Gómez Rosas, a quien apodaban El Hotentote, para hacer un trabajo de telonería.
Gracias a su creación, don Pedro Linares recibió en 1990 el Premio Nacional de Ciencias y Artes y en 2007 fue acogido por el Museo Nacional de Arte Popular.
A partir de la iniciativa de Judith Bronowski, a quien secundaron los oaxaqueños Manuel Jiménez y la artesana textil María Sabina, surgieron talleres de creación de alebrijes en los poblados de San Martín Tilcajete y San Antonio Arrazola, donde muchas familias encuentran apoyo para su economía elaborando estas creaciones artesanales.
En los últimos tiempos, a partir de la década de los ochenta, los alebrijes oaxaqueños, esta vez tallados en madera de copal, principalmente, se han hecho más populares como un producto de Oaxaca, desplazando en la mente de los turistas nacionales o extranjeros la idea del origen en la ciudad de México.
Así, ha tomado carta de naturalización y es impensable que alguien, cuando piensa en un recuerdo para llevar a sus amigos y familiares, no ponga en la maleta, en un espacio compartido por el mole y las cazuelas de barro negro, un ejemplar de los alucinantes alebrijes.