Llegan las lluvias, y se suele presentar lo que parece otra lluvia, esta vez de hormigas; es la temporada, y los habitantes de las comunidades salen a la recolección. Los niños se involucran, felices, para atraparlas, al despuntar la mañana. Son las famosas hormigas chicatanas.
Hay que tener cuidado, porque tienen poderosas mandíbulas, y muerden, advierten algunos.
Cuando se presentan, con un zumbido característico, no puede uno dejar de pensar en un relato bíblico muy conocido.
Sin embargo, “no son difíciles de atrapar”, explica Gabriel Hernández Cruz, un maestro oaxaqueño. “Son lentas y caen al suelo, y a todos los niños les encanta correr para recogerlas”. Se presentan súbitamente, con un rumor volátil, y su llegada sólo dura un par de días, por ello la importancia de atraparlas con toda oportunidad.
La chicatana está presente en muchos de los países latinoamericanos y recibe nombres diversos: en Perú, curuhuinsi, las obreras o cortadoras, y mamacos los machos alados; en Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Guatemala y en el estado de Chiapas se les llama zompopo; en otros lugares, nocú, culonas o bolsonas; pero en Oaxaca y Veracruz, entre otros estados sureños, chicatana.
Se les menciona en el famoso Códice Florentino, alguna de cuyas partes fueron traducidas del náhuatl por Fray Bernardino de Sahagún.
Entre los beneficios que nos otorga el consumo de estos deliciosos insectos se cuenta el de que son bajos en los niveles de las grasas saturadas y poseen propiedades antibacteriales.
Es de suponerse que, sobre todo, se buscaban por sus altos valores nutricionales, pues no obstante que los niveles de proteína varían de un insecto a otro, y hay diferencias en los métodos de preparación, hay estudios que arrojan el dato de que las chicatanas otorgan niveles de proteína similares a los de la carne gramo por gramo.
Un beneficio adicional es que son de suma ayuda en el tratamiento de muchos padecimientos, entre otros, la artritis reumatoide, e incluso hay quienes les atribuyen propiedades afrodisiacas.
El chef Ricardo Arellano, de una pequeña localidad de la región de La Cañada, en Oaxaca, recuerda que comía estas criaturas voladoras cada año: “Mi mamá los ponía en las memelas (una pequeña tortilla gruesa, cubierta con frijoles y queso) o hacía una salsa”, dice con cariño.
Hace mucho tiempo, solía considerarse un alimento casero, pues a los restauranteros no se les había ocurrido llevarlos hasta la mesa de sus comensales, pero en la actualidad, cuando tiene tanta difusión la alimentación con base en larvas, insectos y otro tipo de ingredientes, como algunas raíces, los cuales habían permanecido endémicas, se ha disparado la oferta de estas alternativas. Ahora son vistas con ojos curiosos y paladares prestos a la experimentación.
Hay un movimiento gastronómico internacional que aprecia a estas hormigas y que ha colaborado a que las Naciones Unidas las recomiende, junto a otros insectos, como parte de la nutrición sustentable y con mucho futuro.